Hoy, en "Cultura de lo absurdo", el sudor. Pos sí, oiga, un pequeño paréntesis que dio lugar a tres párrafos. Probablemente se podría haber contado la historia en 300 páginas o menos, en lugar de las casi 600, pero no habría sido lo mismo. Va después del "leer más"
La mejor receta para prevenir el exceso de transpiración producido por la tensión nerviosa consiste en relajarse, algo muy fácil de decir pero complicado de mantener cuando vas a cometer tu primer asesinato. El sudor es una de las características del ser humano que más ha contribuido a que estemos en lo alto de la pirámide evolutiva, porque colabora en gran medida a que el cuerpo se mantenga a 36º centígrados, la temperatura ideal para salir huyendo ante un depredador o enfrentarte a él, dependiendo de la circunstancia. El ser humano moviliza más líquido y electrolitos que cualquier otro animal y gracias al sudor se ha adaptado mejor a los entornos con escasez de agua, un elemento fundamental para la reproducción (todos los embriones se desarrollan en un entorno acuoso, ya sea agua, huevos o líquido amniótico)
Al salir por los poros el sudor enfría la piel. Esta capacidad excepcional para regular la temperatura corporal nos permite hacer algo que el rey de la sabana no puede; correr largas distancias detrás de una presa en las horas de más sol. Por ese motivo, los antílopes prefieren enfrentarse a una manada de leonas hambrientas antes que a una pareja de bosquimanos, o de masáis, más peligrosos aún porque al ser más altos disipan mejor el calor y pueden correr durante más rato. La ansiedad provocada por la incertidumbre o los nervios ante una cita comprometida disparan una reacción fisiológica idéntica a la que se produce cuando se detecta un gran depredador; el hipotálamo avisa a la glándula suprarrenal, que libera adrenalina y activa las glándulas sudoríparas, para mantener el calor del cuerpo dentro de unos límites aceptables, por si hay que combatir o huir. Además, la piel sudada es más resbaladiza, lo que hace que el enemigo lo tenga más complicado para agarrarnos.
A pesar de todas esas fascinantes ventajas, el sudor puede ser molesto en algunas ocasiones, como cuando intentas golpear una bola de billar con precisión, porque la madera no desliza bien sobre el dorso húmedo de la mano. O como cuando quieres empuñar una daga con firmeza para apuñalar a alguien, en una palma mojada el arma puede escurrirse. Para la ocasión me llevé los mismos polvos de talco que tan bien iban para hacer resbalar el taco sobre mi mano en los campeonatos de billar y que actúan como secante del sudor. Eran de una marca de uso muy corriente para el aseo de los bebés y las probabilidades de que los forenses encontraran los posibles restos que quedasen en el suelo de la cuarta planta, donde me entalqué las manos al llegar, y los relacionases con el billar, eran las mismas que descubrir una civilización inteligente en el Sistema Solar con unos prismáticos. Hay que tener en cuenta que estábamos en 1998. Hoy día cambiaría el planteamiento y utilizaría unos guantes tácticos, algo que desestimé entonces por la pérdida de sensibilidad en los dedos y en la palma; yo precisaba máxima firmeza con el agarre.
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