El making-off (6). Estados alterados de conciencia: la inspiración.

Siempre me interesaron los estados alterados de la conciencia porque en ellos se abren puertas y ventanas a dimensiones que normalmente permanecen ocultas, fuera de nuestro alcance. Todos hemos pasado por ello, ya sea por una fiebre alta, una canción que nos transporta o mediante el uso de drogas. En mayor o menor medida, bajo esa influencia obtenemos perspectivas a las que normalmente no tenemos acceso. Lo que más me interesó siempre de esos estados es el mecanismo por el que se producen: si sabes como funciona algo, entonces puedes manejarlo a tu antojo.

El saber popular le llama "inspiración", está aceptado que existe y los más grandes artistas tenían más acceso a esas dimensiones paralelas que el resto de personas, aunque ninguno podía, por sí mismo, provocarlos. Picasso ya dijo que él aprovechaba la inspiración porque ésta siempre le pillaba trabajando; en ese sentido era un workaholic de manual y es sabido que descartó la inmensa mayoría de su trabajo y que tiene centenares de bocetos empezados, esperando que apareciera la inspiración para terminarlos.


Desde prácticamente el principio de la Historia, los humanos se interesaron por esos brotes de curiosidad. Inspiración viene del griego "recibir el aliento" y ellos lo atribuían al transporte a un estado que sólo los dioses alcanzan y que, por tanto, se ocasionaba mediante intervención divina.  La única poesía que Platón consideraba salvable era la que se había escrito bajo el influjo de las Musas, que proporcionan la visión, no la técnica para contarla. Los romanos, los cristianos, los musulmanes, las sociedades nórdicas, todas han considerado la inspiración como un regalo de los dioses.

La aparición de la psicología sugerirá la ubicación de la inspiración dentro de la mente y su aparición como algo azaroso. Freud la traslada al subconsciente, con lo que los artistas que creen en esa teoría utilizaron ouijas, escrituras automáticas o diarios de sueños, tratando de llegar a ese recóndito lugar de la psique. Que la inspiración se origina en la mente no debería tener discusión.  Otra cosa es el mecanismo que la origina, ahí el campo de experimentación es inmenso.

Personalmente tengo dos vertientes artísticas; la escritura y la música. Soy un zoquete para la pintura y la escultura; es complicado que un cuadro o una escultura me emocionen.  Lo hacen algunos edificios muy singulares, pero no creo que tenga una especial receptibilidad para la arquitectura. Que tenga, a veces, una sensibilidad fuera de lo común para escribir o para la música no me convierte automáticamente en artista. Para ello hay que generar arte, una forma de expresión que proponga una visión sobre algo que no se había planteado hasta entonces. Eso tampoco asegura el encumbramiento al Olimpo; el punto de vista creado debe ser considerado interesante por una determinada cantidad de personas que se deberían emocionar de algún modo ante la obra artística planteada.

Lo malo en mi caso es que los momentos de inspiración son escasos.  Escribir cuando tienes un momento de inspiración es sencillo. Escribir esperando tener inspiración es otra historia. Debería haber empezado con un compendio de relatos cortos, flashes de lucidez, ramalazos de inspiración, chispas de ingenio, antes de abordar un trabajo que requiere un mínimo de 500 momentos de inspiración. A la velocidad a la que funciona el mundo, si no colocas un párrafo brillante por página, el lector te abandonará porque le sobran estímulos a su alrededor.  Por eso me está costando lo que me está costando dejarlo lo más cerca del ideal que tenía en la cabeza al empezar.  Que quede como yo quisiera es algo a lo que ya he renunciado hace tiempo, la perfección no existe.



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