El making-off (7). Descubriendo nuevas formas de ansiedad

En 2009 y 2010 sufrí un estado de estrés continuado, en el que era humanamente imposible cumplir con toda la carga de trabajo.  Ese estado genera una ansiedad que se va acumulando hasta que un día petas. Durante el colapso me acerqué a las técnicas de respiración y a la meditación para combatir esa ansiedad. 

Tras el colapso, cuando me reincorporé, le imprimí a las cosas un ritmo que pudiera llevar sin angustias, muy alejado del que nos requerían. Ante la imposibilidad de realizar todas las tareas encomendadas, me negué a realizar las menos productivas. Algunas de ellas las podría haber hecho un chimpancé, pero no nos pusieron un assistant primate.  Me despidieron a los seis meses. Con un suculento cheque, eso sí.



En 2015 me embarqué en un proyecto empresarial en el que apareció otro tipo de ansiedad, la provocada por la incertidumbre. Los humanos odiamos la incertidumbre. Lo aprendido durante el colapso de 2010 me sirvió para gestionar esa nueva modalidad de desasosiego, no sin altibajos. Una cosa es la teoría y otra la aplicación práctica.

Cuando uno escribe quisiera que todas sus palabras fueran brillantes.  Al menos una línea por párrafo. Como mínimo un párrafo por página, menos es vulgaridad. He descubierto, ya lo dije, que no soy tan ingenioso como creía. La mayor parte del tiempo, el 98%, no se me ocurre nada que se salga de lo corriente.

El retraso en los plazos estimados (que no impuestos) para terminar la novela ha hecho aparecer dos tipos de ansiedad más que no conocía. Las dos se producen al aproximarse al portátil donde escribo.  La primera de ellas la gestiono bien. Es aquella que se produce cuando no has avanzado apenas durante tres o cuatro días porque no eres capaz de mejorar un texto que sabes que es mejorable, que tú puedes hacerlo mejor pero no lo estás consiguiendo. El pensamiento de que va a sobrevenir otro lapso de ramplonería genera esa ansiedad.

Oxigenar el cerebro y trabajar es una buena combinación.  Muchas veces la luz se abre durante la cuarta o quinta hora de escribir y entonces vuelvo a los párrafos inconclusos y los termino de una manera aceptable. Muchas veces no avanzo durante ese período pero retoco muchos episodios a los que les faltaba algo. Nunca todo queda perfecto, eso también lo tengo asumido.

La otra ansiedad es peor.  Es la que te asalta al acercarte a la laptop después de haber tenido dos días brillantes. El subidón de adrenalina que da conseguir algo que sabes fehacientemente que es bueno genera síndrome de abstinencia. El cerebro pide su dosis, pero tú sabes que no tienes ningún control sobre la inspiración y que quizá ese día no vas a poder generar esas endorfinas. Esa sólo la sé combatir con fármacos. Tengo una combinación de pastillitas que me deja en un estado en el que, si le dedico las horas oportunas (no menos de cuatro) las Musas aparecen más tarde o más temprano.

Eso es peligroso, lo sé, es un trampolín a la drogadicción, pero me salva el que no existe ninguna combinación que te garantice inspiración, ahí sí que estaríamos enganchados. El origen de la misma sigue siendo un misterio, aunque sabemos que suele visitarnos con más facilidad en estados de conciencia "ampliada". A ellos se accede mediante drogas, sí, (estimulantes, depresores, psicodélicos), pero no se tiene ningún control sobre lo que va a suceder al traspasar la puerta.  Existe, sin embargo, un entorno en el que uno puede llegar a tener un cierto control; los sueños lúcidos. De eso hablaremos otro día.

No hay comentarios: