Fragmentos del documental (20)

La pelea contra el déficit de atención está siendo titánica, jamás pensé que podría llegar a este nivel de dispersión. Lo arreglo descomponiendo las páginas en párrafos y los párrafos en oraciones, pero muchas veces una frase que necesita arreglo me lleva horas, porque ahora lo que quede ya va a imprenta. 

Por suerte, el corrector me empuja. Despacio, pero me empuja. Ya tenemos 400 páginas listas, sólo tengo que volcar sus notas en el texto y eso aún lo puedo hacer pensando en las musarañas. Detrás van 170, sólo 170 más. 


Después del "leer más" puse una de las páginas que más me costaron dejar atrás. Las despedidas siempre se me dieron fatal. 

Ella se sentía confiada montando conmigo y yo lo notaba. Siempre se sintió segura cuando me tenía cerca, no sé porqué. Al llegar a su portal señalé con la cabeza el bar de la esquina donde me había esperado tantas veces. 
      —¿La penúltima? —Asintió, con la mirada cómplice del que ve su pensamiento expresado en las palabras de otra persona. Las tomamos al mismo ritmo pausado que le imprimimos al paseo en moto, uno a cada lado de la mesa, mirándonos a los ojos y con mis manos sobre las suyas, intentando traspasarle todos los buenos augurios y los mejores deseos que puede contener una persona. Los dos, al mismo tiempo, tuvimos el presagio de que esa no era nuestra penúltima caña: iba a ser la última y esa revelación humedeció nuestras miradas con el mismo velo de aflicción. Ella siempre fue más decidida que yo y cortó la escena para que no se estropeara el final.
    —Llegarás tarde a tu comida —Asentí, agradecido porque hubiese tomado la iniciativa,. Yo no habría sido capaz y habría terminado rompiéndome.
     La acompañé hasta el portal y allí nos entregamos con los ojos llorosos a un abrazo que nos fusionó en uno, los dos con un nudo en el estómago y otro en la garganta, porque éramos conscientes de que aquello no era un "hasta pronto". Tenía todo el aspecto de una despedida definitiva y ninguno de los dos supo encontrar algún indicio de lo contrario.
     —Cuídate mucho, por favor —le imploré―. Y cuida a a la niña.
     —Tu también. Quiero que seas muy feliz.
Antes de desaparecer escaleras arriba, sujetó mis mejillas con ambas manos y me dio un beso. En él puso todo su agradecimiento y mucho del amor que necesitaba dar y que no había tenido a quien. Su última mirada es la que siempre he querido recordar de ella, la de una persona decidida a intentarlo con la vida las veces que haga falta; la mirada de los valientes. 

No hay comentarios: