Meterte campo a través, corriendo por el monte puede resultar un desastre para tus piernas. El hambre y los arañazos no son muy compatibles.
Mi apetito y yo llegamos al casco urbano de Mera dispuestos a meternos de cabeza en la pulpeira, pero un vistazo a mis piernas aconsejó desinfectar primero aquella pelea de una marabunta de gatos. Tardé una hora en limpiármelas y sacar todas las espinas clavadas. Si tenía alguna duda acerca de si estaba vivo, cuando dejé resbalar el agua oxigenada desde las ingles hacia abajo, cualquier incertidumbre desapareció en dirección a la pulpeira para reservar mesa, no fuesen a cerrar la cocina. Las incertidumbres no aúllan, por que si aullasen las habría oído desde el baño de casa.
Había pulpo en el menú del día y ya convinimos que comer pulpo sin vino debería ser motivo de expulsión del país, en cualquier civilización. Le pedí que se llevara la jarra de vino de la casa y que me trajera una botella con un mínimo de decencia. Uno se acostumbra fácilmente a lo bueno y cuando lo has probado, volver al escalón inferior cuesta un mundo por dos motivos; por un lado, el recuerdo del escalón superior; por otro, la inconsciente vergüenza de retroceder.
El siguiente peldaño que tenía Pili después del ribeiro de la casa era Terras Gaudas, que es un albariño de puta madre, pero costaba el doble que el menú. Podría parecer un contrasentido dudar en gastar casi tres mil pesetas en una botella de vino cuando has fundido veinte mil en drogas durante el fin de semana, pero el Terras Gaudas estaba en el súper por menos de mil y drogas haylas en las farmacias, pero tampoco te las despachan así saques un fajo de billetes. De todos modos, las reticencias duraron milésimas y me la hice traer. Cuando sólo hay una opción, siempre es la mejor.
Continuará...
No hay comentarios:
Publicar un comentario