Si el día en que escribí la primera línea hubiera sabido el trabajo que me daría el puto relato, habría apagado el portátil y me habría ido al bar. Algunas de las mayores gestas de la humanidad se consiguieron porque sus autores no sabían que eran imposibles; las grandes utopías se consiguen así y algunas de pequeñas, como ésta, también.
Nunca me quise poner plazos, porque para marcarlos hay que conocer el coste de los procesos y no era mi caso. He preferido tardar más y que el resultado final se pareciese a lo que tenía en la cabeza. Será parecido, ahora sé que lo que pretendía hacer está reservado a escritores con talento o a redactores dispuestos a invertir una cantidad de tiempo descomunal con la documentación, si no vas a poder ser muy metódico y organizado con el trabajo. Al menos, ya lo aprendí por si me decido a escribir la segunda y la tercera parte.
Es muy frustrante pasar por una página que creías que ya estaba casi lista y ver errores de bulto a docenas. Es muy frustrante leer un párrafo que sabes que es mejorable y no encontrar la forma de hacerlo. Es muy frustrante escribir un capítulo brillante y ver que los que le rodean son mediocres. Es muy frustrante querer desconectar para sumergirte en una realidad paralela y que no te abandone el chirriar de la tuya. Escribir una novela de este tamaño es un magnifico tratado sobre lidiar con la frustración.
Afortunadamente, ya estamos en la fase final y no hay marcha atrás. El trato con la editorial es que todos los lunes enviaré lo que tenga y eso ya no se toca. Así evito pasar innecesariamente una y otra vez sobre las mismas líneas para corregir algo según el humor con el que esté y que no aporte una mejora. Mañana salen la introducción y los dos primeros capítulos, las primeras 28 páginas y la intención es la de completar cincuenta por semana, para que esté terminado con la entrada del otoño.
Dentro de quince días, si el avance es el deseado, abriremos las reservas. Cruzamos los dedos.
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